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Armando Macías, Marzo, 28, 1983 - Mayo, 4 del 2018. |
Buenas noches con todos y todas. Como sabes no soy de aquí, sino de la costa. Hace 16 años vine a esta preciosa ciudad. Dejé muchos amigos en la ciudad de Milagro… un grupo muy pequeño que somos como hermanos… y hace una hora y media desafortunadamente recibimos la noticia de que uno de ellos ya partió. Después de luchar más de cuatro meses en un hospital por un accidente de tránsito. Se nos acaba de ir nuestro hermano Armando, y quiero también dedicar estas palabras a su memoria, en particular a su esposa y sus dos pequeñas hijas.
Estimados colegas de la mesa directiva, orgullosos padres de familia, representantes e invitados y, sobre todo, queridos graduados.
Lo primero que quiero decir es gracias. Gracias no solo por esta honorable oportunidad de intentar representar la voz de los graduados, sino por la falta de sueño por pensar qué decir sabiendo que la mayoría de los graduados fueron mis estudiantes que les amargué la vida con la materia de Proyectos I, por aumentar mis niveles de ansiedad y ojalá no tener que visitar a mi médico que no me soporta porque siempre le pido explicaciones médicas para comprender los problemas mentales de los políticos ecuatorianos (y de algunos colegas), y de pensar que debo disfrazarme con un tipo de traje formal al que nadie se le ocurre cambiarlo a pesar de tener algunos siglos de usarse para estos eventos.
Sin duda alguna este es un momento de gran satisfacción por haber obtenido un título profesional. Tener un título profesional es sinónimo de éxito académico, de superar las exigencias de nuestros profesores y de demostrar que somos capaces de llevar a cabo un trabajo profesional, con calidad, y de manera independiente. Sin embargo, paradójicamente, quiero enfatizar el poder del fracaso. Como educador e hijo de padres-abuelos he aprendido que la mejor manera de enseña, es a través del ejemplo. Y contar nuestras historias de vida puede ayudar a otros. Deseo contarles algunas referencias autobiográficas de mis fracasos profesionales.
En mis años de vida, el fracaso siempre ha sido la fuerza que ha impulsado a crecer. Pero esto no comenzó mientras obtenía el título de tecnólogo teología. A los 15 años fue expulsado junto con un grupo de compañeros de curso de uno de los mejores colegios públicos de la ciudad. Yo, por haber hecho precioso grafiti en una parte de la pared de mi aula con el apellido del peor compañero del curso. Sentí que decepcionaba a mi familia porque a pesar de la pobreza y la escasez, me ayudaban para ir al colegio. Pero aprendí a ser responsable por mis acciones y mi propia educación. Tuve que cambiarme de colegio y dos años más tarde logré ser el abanderado y el mejor bachiller de mi promoción. Esto, gracias a mi fracaso estudiantil anterior. A los 16 años tuve que sufrir el dolor la pérdida de mi papi, mi abuelo, y tuve que trabajar en una empresa de exportación para contribuir a mi casa y tomar clases del colegio por las noches. Pero esa pérdida me ayudó a tener responsabilidades propias de la vida adulta, las cuales me han ayudado a asumir el desafío de tener una familia saludable.
Quería ser médico, de esos que tratan a la gente pero que también están en los laboratorios haciendo experimentos. Pero mis padres biológicos en reunión conmigo me dijeron que no era posible pagarme esa y otra carrera universitaria. Estaban quebrados por el feriado bancario. Quizás por eso tuve novias de la facultad de medicina de la universidad de Guayaquil, lo cual fue lo más cerca que estuve de la carrera que quería. Después de un año de tener sentimientos de frustración, de alguna forma me enteré de que podía obtener una carrera en educación modalidad a distancia. Y así comencé mis caminar en la docencia en abril de 1999. Mi ingreso a la universidad coincidió con la oportunidad de ser parte de los fundadores de un centro educativo de mi iglesia local en Milagro. Allí supe que la docencia podía ser una carrera con la uno que pueda soñar. La educación a distancia me enseñó a aprender de forma autónoma y a leer con profundidad los libros de ciencias, y a criticar los débiles argumentos de mis colegas docentes. Hoy en día el centro educativo que fundamos, que se llama Jerusalén, está en el segundo lugar del cantón y entre los 30 mejores de la provincia del Guayas. Desde un inicio impusimos un rigor académico que se mantiene a través de los años. Muchos de mis estudiantes son profesionales y aún recibo sus palabras de cariño a través del Facebook a pesar del tiempo y la distancia. Cada lunes cantan el himno del centro educativo cuya letra yo compuse.
El 4 de febrero del 2002 me mudé a Sangolquí para continuar mis estudios en educación y en teología. En el seminario teológico llegué a destacarme al punto de ser uno de los directivos de la institución. Diez años más tarde, en el 2012, ya había terminado dos programas en teología, mi licenciatura en educación, mi maestría en recursos humanos, y estaba terminando mi maestría en educación. En ese año llegué a ser el decano académico y un año más tarde estuve a cargo de la graduación de la más grande promoción de teólogos del país por medio del plan de contingencia del gobierno para cerrar lamentablemente la Universidad Cristiana Latinoamericana. Mientras más de 400 teólogos profesionales de diferentes provincias se graduaban en Quito, muchos de ellos mis estudiantes en la asignatura de investigación, yo tuve una fuerte reunión confrontativa con el presidente del seminario. Él tenía un año de haber llegado al Ecuador y pensé que íbamos bien al inicio. Pero pronto vi que mi visión de la teología y la educación de las personas nunca coincidiría con su visión. Yo aún sostengo que, si la teología es un campo de estudio académico, no debe estar atada a los intereses de los jerarcas de las iglesias, sino al estudio serio por parte de cualquier persona, independiente de si tiene o no una afiliación religiosa, de si tiene o no un llamado divino, o incluso indistintamente de su identidad sexual. Si Dios es Dios, quienes somos nosotros para decir quién puede o no estudiar teología. Sentía que no podía cambiar la historia del seminario. Y para el colmo, en ese año sufrí un secuestro exprés. Llegando a Guayaquil para dar unas clases de teología, tome un taxi fuera del aeropuerto, cuando minutos más tarde el taxista abrió los seguros de la puerta y entraros dos sujetos armados. Recibí todo tipo de insultos todo el tiempo, amenazas de muerte, uno de ellos me rompió mi cabeza con su pistola, me robaron todas mis cosas y me pedían las claves de mi tarjeta bancaria. Después de dos horas uno de los sujetos me preguntó qué venía a hacer a Guayaquil; le conté, se disculpó y me dejaron libre. Después de un mes del trauma, me di cuenta de la cercanía de la muerte. Me di cuenta que no debía gastar mi poco tiempo de vida en luchas infructuosas. Puse mi renuncia al decanato, pero no logré evitar la frustración por no poder hecho un cambio significativo en la organización que me enseñó a tener un pensamiento teológico libre. Pensé que era necesario estudiar a profundidad cómo las personas aprenden y pueden llegar a ser mejores.
Así fue como decidí concretar la idea de mi doctorado y formalizar mis estudios en teología en el Instituto Rumiñahui. En el mismo 2013 fui aceptado en dos universidades australianas prestigiosas. La de New South Wales, y la de Melbourne que está entre las mejores 50 universidades según la Senescyt en ese tiempo. Mi deseo era estudiar en la Universidad de New South Wales porque quién me aceptó fue uno de los psicólogos educativos más prestigiosos hasta la actualidad. Cuando pedí a la Senescyt el soporte económico, me dijeron solo podrían ayudarme a mí, y no a mi familia. El gran honor de haber sido aceptado por el gran John Sweller, pronto se tornó en una frustración al punto de que mi esposa me dijo: por qué te casaste. Un año más tarde tuve la oportunidad de ingresar a la Universidad Abierta de Holanda como candidato al doctorado con en gran investigador Paul Kirschner. Tuve que trabajar fuertemente un año en mi propuesta de investigación, pero finalmente logré ingresar. No era lo que yo quería al inicio, pero era mi única oportunidad de estudiar las ciencias del aprendizaje humano con un prestigioso investigador de talla mundial.
Después de cuatro años de trabajo e investigación en mi doctorado, trabajando en organizaciones educativas, con dos hijos un una solo esposa (hasta el momento), hace dos semanas, publicamos un artículo en una de las revistas más prestigiosas a nivel mundial. Este artículo lo trabajamos entre nada menos que John Sweller de la universidad de South Wales de Australia, mi prestigioso profesor, y su hija quien es profesora en Utrecht una de las mejores universidades holandesas. Y hasta hoy en la mañana, hemos recibido elogios por ese gran trabajo por parte de académicos de diferentes países, incluso una invitación para hacer investigaciones en colaboración con una universidad holandesa de ciencias aplicadas. En junio estaré en Londres, Dios mediante, para exponer una de mis investigaciones en una de las conferencias de ciencias del aprendizaje que reúne a los científicos de todo el mundo. No quiero decir que lo he logrado, pero el fracaso me ha empoderado para ir alcanzando mi sueño de aprender y ayudar a otros a ser mejores.
No deseo hacer una apología del fracaso, no quisiera saber cual será mi siguiente frustración profesional, ni mucho menos que ustedes fracasen. Pero si sucede, estoy seguro de que será para puedan seguir creciendo. Y este es mi mensaje para ustedes queridos compañeros graduados, colegas docentes, queridos familiares y amigos que nos acompañan. El fracaso es el umbral del éxito. Y el éxito no consiste en tener, sino en aprender a ser, vivir sirviendo a los demás. Ser un buen hijo, empleado, ser buen padre o madre, esposo o esposa, ser un buen ciudadano, ser agradecido con la vida, y saber que el límite de nuestros sueños solo está en nuestra mente y el último respiro de vida. No se acomoden a lo ordinaria forma de vida de los demás, no permitan que ningún mediocre llene su agenda de vida. Corran con los mejores, vuelen con las águilas más viejas, no permitan que se apague el espíritu revolucionario a pesar de los años, las frustraciones y la enfermedad. Vivan con mentalidad de futuro, porque solo mirando la vida desde el futuro, podremos ver el sentido de la historia de los fracasos en nuestra existencia.
Muchas gracias por su atención.
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